En 1988 en
Moncada, a los curas también se les ocurrió que podíamos celebrar una pequeña
fiestecita de petardos.
Los curas
compraron un montón de petardos, cohetes, y demás (ignoro cómo se llaman), nos
contaron su plan y nos vendieron los petardos. No todos teníamos los mismos, todo
dependía de lo que les quisiéramos comprar.
Pues armados
hasta los dientes como estábamos, comenzó la fiesta petarda. Fuimos hacia los
campos de fútbol y comenzamos a tirar petardos.
Al poco tiempo de
comenzar los curas nos dijeron que la fiesta se había acabado y nos confiscaron
todos los petardos y demás material. Y pasaron un par de horas hasta que nos
dijeron qué había pasado.
¿Y qué es lo que
había pasado? Por lo visto, el perro que teníamos en Moncada había ido detrás
de uno de esos cohetes (o como se llamen) una vez encendido y lo había cogido
con la boca.
La explosión le
había dejado malherido y los curas nos dijeron que había habido que
sacrificarlo.
No nos dijeron
cómo lo sacrificaron. Probablemente a través de una inyección puesta por el
veterinario, pero el rumor que había entre los apostólicos era que el padre nuestro
compañero Carlos Pereira, le había tenido que pegar un tiro para que no sufriera (era policía local).
Vamos paso a
paso:
-
La
fiesta la organizaron los curas.
-
Los
curas nos vendieron los petardos y se quedaron con nuestro dinero.
-
Después
encima se quedan con los petardos.
-
Quien
no previó lo que le podía pasar al perro (y por tanto, tomar medidas) fueron los curas.
-
Quien
carga con las consecuencias de la falta de previsión de los curas somos
nosotros a los que:
·
Nos
llevaron el dinero de los petardos y después los petardos.
·
Y
encima nos dejan sin una fiestecita que organizaron ellos. No fue nuestra idea,
fue suya.
En fin, los curas
siempre ganan y los demás perdemos. ¿Se puede ser más injusto? Al menos que nos
hubieran devuelto el dinero.
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