lunes, 20 de febrero de 2012

INCOMUNICADO

Había  dos castigos principales con los que nos amenazaban los curas: el silencio y la incomunicación.

Te podía castigar a guardar silencio cualquier cura, pero la incomunicación sólo te la podía imponer el rector.

1. Silencio

Silencio significa que no puedes hablar, lo cual, en un ambiente en el que siempre tienes que estar en silencio es bastante molesto. Es decir, puedes hablar en la preparación (período de tiempo de que dispones para peinarte, ir al servicio) una vez que has terminado de prepararte. También durante las comidas si es domingo o primerísima. También en el pequeño recreo que había por la noche. Poco más. Y si te quitan eso…

2. Incomunicación

Estar incomunicado supone estar en silencio, es decir, igualito que lo visto en el punto 1, pero significa mucho más.
Incomunicarse básicamente significa que no te puedes comunicar con nadie y por tanto:

-         Durante los recreos no puedes jugar a fútbol, basket, o lo que te toque porque de una u otra forma te vas a comunicar, así que te toca fregar.

-         Imagínate que tienes un examen: pues responder al examen supondría comunicar tus conocimientos al profesor. Por tanto, suspendes el examen y en lugar de hacer el examen te toca fregar.

-         Imagínate que estás incomunicado un domingo y que vienen precisamente tus padres a visitarte ese domingo. Pues como estás incomunicado no puedes verles. Y todo eso con independencia del lugar de donde vengan tus padres. Por ejemplo, si tus padres han tenido que viajar  8 horas para ver a su hijo y lo están pasando mal económicamente, a los curas no les importa.

No me acuerdo qué más cosas pasaban cuando estás incomunicado, pero lo que he apuntado me parece algo inadmisible y muy de sectas.

domingo, 19 de febrero de 2012

Antiguos apostólicos


El cura es el P. Carrillo, el rector por aquellos tiempos de Ontaneda.
1. Pedro Barrios (Salamanca)
En el seminario también estaba su hermano Cayetano. Geniales los dos.
A Pedro le gustaba el Break Dance y le gustaba mucho decir la palabra “alucinante”. Era un buen amigo y un buen deportista.
2. Gabriel Viana
Muy bueno en los estudios y en los deportes.
3. Juan Luis Martínez (León)
En la Legión también estaba su hermano José Ramón que finalmente fue destinado a New Hampshire, en Estados Unidos.
Era el eterno ganador en todos los terrenos de la vida, en los estudios, en los deportes, en todo. Recuerdo cómo disfrutaba estudiando para ser el primero en las clases públicas. Siempre era el  primero en todo y no era por tener un talento innato, que sí, lo tenía, sino porque estudiaba mucho, pero mucho más que el segundo.
A veces echo de menos tener a alguien tan competitivo como a Juan Luis a mi lado  para que me dé un empujoncito. Un tío genial.
4. Jaime Hervás (Villacañas)
De todas las personas que recuerdo de Ontaneda, quizá sea quien mejor me caía, bueno él o un empate con Pedro Barrios, eso está aún por decidir.
Lo que sí es seguro es que era un tío cojonudo con todas las letras. Un amigo excelente.
5. Javier Fernández González (Burgos)
El eterno pelota, me caía bastante mal por pelota.
6. Mulei (Madrid)
Una persona con una bondad infinita. Era de ascendencia árabe y creo que sus padres tenían una tienda de fotos.
Al P. Carrillo no se le ocurrió otra cosa que ponerle a dieta.
En otra ocasión os contaré un incidente relacionado con una incomunicación.
7. Toranzo (Zamora, creo)
No tuve mucho contacto con él. Su hermano estuvo en la Legión durante un año y tuve buena relación con su hermano.

sábado, 18 de febrero de 2012

Alvarito y Sinduca

Si tengo un recuerdo bueno de mi época de los legionarios, es el recuerdo del Alvarito y Sinduca.
Realmente no sé quienes eran ni cual era su relación con los legionarios (si eran miembros del RC o no). Lo que sí que sé es que eran unos vecinos cuya casa (un chalet) estaba situada nada más cruzar un puente, muy cerca del centro de los legionarios.
Recuerdo que eran personas con un corazón enorme, muy alegres que querían mucho a los apostólicos. Recuerdo haber ido a su chalet para tomar un vaso de agua a la vuelta de unos de esos paseos de los sábados y recuerdo a Sinduca cómo charlaba con nosotros. Eran un aprecio y una amistad verdaderos.
Les ví en pocas ocasiones, pero siempre tenía ganas de volverlos a ver. Unas personas excelentes.
Recuerdo además que en 1983 o 1984, cuando vino el Obispo o Arzobispo (lo que fuera) de Santander, nos confirmaron a todos y  claro, como no teníamos padrino, Alvarito fue el padrino de todos. Así que tengo entre mis viejos recuerdos una foto de cuando me confirmaron a mí, con Alvarito a mi lado actuando como mi padrino.

La leche

No, no es una broma, esto es la leche.
Para variar, esto no ocurrió en Ontaneda, ocurrió en Moncada.
Para quien no lo sepa, el agua de Moncada es muy muy mala, da asco beberla y si a eso le añades el calor que hace… Pues que lo único que te apetece es beber lo que sea siempre que no sea agua.
Resulta que a mí siempre me ha gustado la leche. Creo que fue en 1988 (pudo ser 1987) cuando comenzaron a darnos leche embotellada, antes nos daban leche en polvo (es decir, hecha con agua de Valencia y por tanto, igualmente asquerosa y encima con grumos –la de Ontaneda, por el contrario, era en polvo pero era muy buena). Mi salvación, era el único líquido que no me daba asco. (Los domingos para beber en la comida  nos daban Konga –igual de asquerosa que el agua de Valencia).
Se trataba de hacer cambios. Yo me bebía un vaso más de leche para cenar que los demás compañeros (precandidatos o candidatos) a cambio de, unos días el postre, otros días la merienda, otros días otra cosa. Ya sé que me perdía cosas dulces y buenas, pero cuando necesitas hidratarte, lo necesitas de verdad. Y la leche fresquita, uhmmmm.
Pues la historia es que estábamos en la cena y no sé por qué motivo, se podía hablar, quizá fuera un domingo. En términos legionarios diríamos que nos dieron el “Cristo Rey Nuestro”. Resulta que en esa cena estábamos hablando de por qué me cambiarían sus vasos de leche mis compañeros de mesa.
A tal tiempo se acercaba el P. Salvador (rector por aquellos tiempos) y mi compañero de mesa (no recuerdo quien era) le dijo al P. Salvador que había sido una buena idea  la de la leche embotellada porque yo ya llevaba 3 vasos. Evidentemente, se trata de una tontería que dicho ese chico al P. Salvador, pero el P. Salvador no se le ocurrió otra cosa que castigarme 2 meses sin beber leche. Y todo ello sin preguntar nada. Yo me quedé con cara de tonto y la persona que le hizo ese comentario al P. Salvador más. Me dijo que lo había dicho como una broma y yo le creo, fue así.
Pues ahí tenemos al P. Salvador con sus ejemplares castigos, totalmente injustos. ¿Había dejado yo a alguien sin su leche? No porque se la había cambiado por algo. ¿Era gula? No, eran ganas de hidratarse. Podía tener 1.000 razones, pero el P. Salvador no quiso escuchar ninguna, ya estaba castigado. No hace falta decir que su castigo sólo lo cumplí durante la cena porque manda huevos.
Ahora me tengo que ir, pero en otra ocasión os contaré otro castigo del P. Salvador, esta vez relacionado con los platos.

viernes, 17 de febrero de 2012

DE PERROS, CATARROS Y OTRAS DE AVENTURAS

En esta entrada voy a hablaros de las pocas veces que tuve que ir al médico mientras estuve en Ontaneda y de cual fue su resultado.
1. De perros   Año 1983-1984
Si no lo sabéis, os lo digo yo, con los legionarios hay que ir corriendo a todas partes salvo que nos encontremos dentro de un edificio, en cuyo caso está prohibido.
Pues bien, el día en cuestión justo después de comer me dirigía yo corriendo a los vestuarios para ponerme la ropa de deporte y por algún motivo yo iba en cabeza. Atila (el perro) no se lo debió tomar muy bien, me persiguió y me mordió en el gemelo derecho, y no creáis que un mordisquito, sino que el chucho tiraba con fuera.
Después de tamaña mordida, como os podréis imaginar, me metí en el vestuario (para más detalles, el vestuario en el que se guardaba la bombona de butano para las duchas exteriores que estaban junto a la piscina) y me puse a llorar durante un rato. Luego me uní a la comunidad con 2 ó 3 minutos de retraso. La comunidad había ido al parque de Ontaneda a jugar a baseball y el P. Ortega, cuando me vio llegar, sin preguntarme por qué cojeaba ni nada, directamente me castigó, claro, yo era un vago.
Después de interrumpirle, porque no quería escuchar, y de decirle que me había mordido el perro, y de enseñarle la herida porque no me escuchaba, me dijo que fuera al Negro, donde había un botiquín y me echara un poco de agua oxigenada.
Sí, sí, así de bien nos cuidaban los curas. Le muerde un pastor alemán a un niño de 11 años y todo lo que le dicen fue que se ponga un poco de agua oxigenada. Qué detallazo, gracias padre, ¿cómo puedo agradecérselo? Y esa fue toda la ayuda que recibí por parte de los curas.
Los sábados por la tarde teníamos que escribir una carta a nuestros padres. Pues bien, yo en la mía les conté lo del incidente. Y el padre Villalobos me dijo que la volviera a repetir.  Me dijo que las cartas eran para integrar a nuestros padres en la Legión no para que pensaran que estábamos en una cárcel.
¿De verdad que esto no es una secta?
2. De catarros                                              
Los curas tuvieron la gran idea de que había que limpiar el desván (penthouse como se llamaba allí).Estaba lleno de colchones meados que acumulaban polvo. Bueno, básicamente, todo era basura que acumulaba polvo.
Nuestra tarea básica consistía en mover todos los colchones (todos estaban meados) desde donde se encontraban hasta una pequeña habitación que había en el desván.
Fue durante esos días que comencé a sentirme muy mal, respiraba fatal, me cansaba mucho… Así que le dije a mi prefecto (se llamaba así tu superior) que necesitaba ir al médico. Me dijo que era catarro y que un catarro se curaba en 7 días si has ido al médico y en una semana si no, así que nada de nada.
Durante las siguientes semanas (mucho más de 7 días) mi estado iba a peor, sobre todo porque continuaba limpiando el desván, pero claro, yo lo atribuía al catarro, después de todo, no teníamos calefacción y nos calentábamos con una sola estufa de gas en clase y con una sola estufa de gas en los barracones.
Bastante tiempo después, me encontraba tan cansado (¿?) que no podía seguir y me quedé alejado de la comunidad que se estaba cambiando para ponerse la ropa de deporte. De repente ví al P. Carrillo que se me acercaba y yo ya estaba pensando en que me iba a dejar incomunicado.
Me preguntó por qué estaba fuera de la comunidad y le dije que no podía respirar. Me preguntó si había ido al médico y le dije que no porque el superior me había dicho que era un catarro y que un catarro se curaba en 7 días si has ido al médico y en una semana si no. El P. Carrillo me dijo que eso no era un catarro y que fuera al médico inmediatamente.
Claro, las órdenes del P. Carrillo no se discutían por ningún prefecto, así que fui al médico. Resultado: tenía asma por alergia al polvo. De las pocas cosas que tengo que agradecer al P. Carrillo.
Cojonudo, yo me sentía mal, sin fuerzas … todos los días, y cada día peor y resulta que era porque todos los días iba al desván a mover camas y colchones y a limpiar.
El médico me recetó unas inyecciones. Fuimos a la farmacia a pincharme y después de algún tiempo de ponerme la primera (quizá una hora) ya me sentía mucho mejor.
Luego había que ir a Valdecilla a hacerme no sé qué pruebas y a ver al neumólogo. Había que pedir cita, no sé cómo, pero cuando los padres me autorizaron a ir fui sin ninguna cita concertada.
El médico se apiadó de mí y me atendió una vez hubo atendido a todos sus pacientes, pero me dijo que la próxima vez fuera con cita. Y claro, para ir a Valdecilla, tenías que ir acompañado, así que tuve que pagarle el viaje a otro apostólico. Me tocó ir con un chico que se llamaba Félix, creo recordar que era de Miranda de Ebro o de Briviesca (Burgos), un buen chico, aunque no habría sido mi elección si hubiera podido yo elegir.



martes, 14 de febrero de 2012

Cosillas de las que quejarse, y CON RAZÓN

Algunas cosas que han brotado de mi cabeza sin ningún orden, pero que quería compartir con vosotros.

Quizá otro día reflexione con mayor orden de ideas y desarrolle algunas de ellas. Hoy simplemente me dedico a esbozar algunas precisamente porque una compañera de trabajo me ha dicho que me quejo de vicio, que su marido ha estudiando con los Legionarios y que son estupendos.

Pues no sé lo estupendos que serán con el marido de esa señora, pero lo que ha sido conmigo..., leed y prestad atención.

1. Por Cristo

Todo lo hacíamos por Cristo. Daba igual el trato al que nos sometieran, los superiores nos decían que teníamos que pensar que eso lo hacíamos por Cristo y nosotros tan contentos.
Meterse a la piscina cuando hay nieve alrededor de la piscina y está nevando: por Cristo. Ducharte con agua fría porque no había más: por Cristo. Dormir en un barracón enorme en un invierno nevado sin calefacción y solo con una de esas estufas de butano para todo el barracón: por Cristo.

Por Cristo, por Cristo y por Cristo; y claro, las manos llenas de sabañones.

2. Rencorosos

Si te vas o te echan de la Legión, fíjate lo que te hacen. Esta es la verdadera cara de los legionarios: cuando estaba en el seminario de Moncada estudiábamos inglés, latín y griego.

Por supuesto, eso del latín y griego solo era porque estábamos en un seminario porque en primero de BUP no eran obligatorios. Pues bien, una vez que abandonas la Legión te das cuenta de que te han suspendido Valenciano. ¿Valenciano? Sí, valenciano. ¿Pero cómo pueden suspenderme si no me han dado clases de valenciano ni me han examinado de ello?

Así eran los legionarios. Todo por fastidiar. Supongo que a quienes se quedaron les aprobarían valenciano, por supuesto, sin estudiar ni examinarse de valenciano. Así son.

3. Las comunidades

Cuando llegué formamos 3 comunidades: menores, medianos y mayores. Luego, como había un menor número de apostólicos las comunidades se quedaron en menores y mayores.

Te asignaban a una de esas comunidades y no podías hablar con los de otras comunidades aunque hubieran sido amigos íntimos desde hace años. Y si lo hacías te castigaban. ¿Tiene esto algún sentido?

4. Vivan los chivatos

Una de las características de la vida en la Legión era que se premiaba a los chivatos. Había que chivarse de los demás si querías medrar. Cuando llegaba el día de comprar (al cura) cosas de aseo, cuadernos, bolígrafos… todos los apostólicos compraban una libreta de fichas. Eran para chivarse.

Los curas tenían fichas azules. Los ediles (luego llamados bedeles por el P. Carillo quien sabe por qué -que eran los chivatos oficiales elegidos a dedo por los curas) eran rosas, y los demás nos chivábamos en fichas blancas y sin formato.

Teníamos que contar todo lo que viésemos  de los demás compañeros: el hermano X habló durante el tiempo de aseo, el hermano Z y el hermano Y haciendo ligerezas, el hermanos A y el hermano B llevándose de manos…

5. Intimidad=0

Intimidad cero, pero no cero normal, sino cero patatero. Te controlaban todo: tu armario y tus cajones, para ver si los tenías ordenados, todo. Incluso la correspondencia y las llamadas telefónicas.

Todos los sábados teníamos que escribir una carta a nuestros padres, cartas que, por supuesto eran corregidas por el superior. No solo corregían las faltas de ortografía, también teníamos que eliminar cosas que los curas no querían que contáramos a nuestros padres.

Por ejemplo, yo una vez les contaba a mis padres que me había mordido el perro (Atila, el favorito del P. Villalobos) y el P. Villalobos me mandó quitar eso. Me dijo que las cartas eran para integrar a nuestros padres en la Legión no para que pensaran que estábamos en una cárcel. Finalmente mi carta decía algo así como “Les ruego que recen mucho para que con la ayuda de Dios pueda convertirme en un buen sacerdote…”

La correspondencia que venía también estaba controlada, siempre te la daban abierta y eso no era para mirar la ortografía de nuestros padres. Cuando nuestros padres nos llamaban por teléfono, primero había que avisar al rector y luego si este daba permiso, al apostólico en cuestión. En fin, intimidad cero.

6. Vida en comunidad

Luego estaba la manía de tener que ir siempre en comunidad, qué agobio, no poder descansar nunca.

Y si tenías que ir al hospital de Santander Valdecilla, para una consulta o lo que fuera, tenías que ir acompañado por la persona que te indicaran los curas, lo que significaba que además de tu billete, se lo tenías que pagar a otra persona, cuando tú ya andabas escaso de dinero.

Y claro, a esa otra persona la elegían los curas, no tú, es decir, que tenías que pasar el día con alguien a quien no tragabas y encima se lo tenías que pagar tú. Vaya gracia.

7. Peinarse con agua

Otra manía, que tenían los curas era que había que peinarse con agua, es decir, tu pelo tenía que estar mojado. Imaginaos en invierno en una casa así de grande y sin calefacción. El P. Carrillo nos enseñó más de una vez a peinarnos (¿?): se coge agua, se lleva a la cabeza y se frota con la yema de los dedos para que quede bien humedecido todo el pelo. A continuación se peina con ralla. Eso de peinarse con ralla a un lado, "el peinado legionario" hace que todos parezcan robos, todos igualitos y claro, con esos peinados, parece que todos estén en otra época.

Si no tenías el pelo mojado es que no te habías peinado y te podían castigar. Por eso, entre los apostólicos comenzó a ponerse de moda el uso de Patrico, un fijador de pelo que de daba un aspecto mojado. Incluso algunos apostólicos que tenían menos dinero, después de peinarse con agua se pasaban la pastilla de jabón por el pelo porque cuando se secaba daba un aspecto mojado al cabello.

Por cierto, al P. Villalobos se le ocurrió que el pelo debía de lavarse con pastilla de jabón, que eso del champú era un engaño y dejaron de vender champú.

 
8. Las vacaciones y el role-playing

Durante los veranos teníamos 2 semanas de vacaciones, pero, cuidado, que el demonio podía estar acechando: nuestros amigos de la vida anterior podían decirnos si queríamos ir al cine o a la piscina y claro, como eso era pecaminoso, hacíamos ensayos de lo que teníamos que decir para no quedar como tontos ante nuestros amigos, pero decir que no al mismo tiempo.

Así que nos inventábamos un teatrillo: un apostólico hacía de amigo y otro de apostólico. Y el superior iba corrigiendo sobre la marcha lo que decían mal, en su caso. No recuerdo nada más patético por mucho que intente imaginarlo.

9. Prohibición de hablar durante las comidas

Teníamos prohibido hablar durante el desayuno, la comida y la cena. Durante ese tiempo, había un apostólico leyendo “La Imitación de Cristo” por Tomás de Kempis, un libro de urbanidad, o en el caso de la comida, a veces, un libro de aventuras.

Mi mente solía vagar por ahí pensando en cualquier otra cosa, pero ojo, que ahí estaba el P. Carrillo para tocar el timbre y preguntar sobre lo que se estaba leyendo para comprobar que estábamos escuchando. No te dejaban en paz ni para comer. Bueno, los domingos y en las primerísimas sí que podíamos hablar en las comidas, aunque no recuerdo si los domingos podíamos hablar a la hora del desayuno.

10. Televisión=0 salvo los ganadores de 3 permios al año

No veíamos nunca le televisión como no fuera una, dos o quizá tres películas al año con ocasión de un premio. Premios al equipo que más puntos consiguiera (creo que el período era de 6 meses) y premio al equipo que hiciera la mejor posada (las posadas eran banquetes que se daban durante las fiestas de navidad organizadas por los propios apostólicos y también pagadas por los padres de los propios apostólicos).

Por eso teníamos tantas ganas de ver algo y hacíamos lo que fuera para que nos dieran uno de esos premios.

Todo era competir para ganar y poder ver una mierda de película de romanos o de nazis, y también de Bud Spencer o de Chuck Norris si dependía del P. Villalobos.

Por eso había que ser competitivo en los deportes y en clase, para que te dieran puntos para tu equipo y si por alguna razón perdías puntos de tu equipo todos te miraban mal. Esta competencia absurda, cuando sales de la Legión es lo que hace que los demás se rían de ti y te tomen el pelo.

11. Equipos de actividades

Ah, y los equipos de actividades, una de las cosas más absurdas que te puedas imaginar.

Se trata de reunir a varias personas para que se pongan verdes las unas a las otras. Tienes un tiempo para poner verde a los de tu equipo de actividades y solo te reúnes con ese equipo para eso. Cuando se termine el tiempo de "actividades" ya no puedes criticar a nadie en sus narices (siempre puedes chivarte de algo que no te guste de alguien al superior).

Los comentarios eran del tipo “Yo recomendaría a Agüero que no sea tan pelota y que…” y todo ello con un cierto rintintín.

12. Enchufismo

Había un enchufismo que no os podéis hacer ni idea. Siempre eran los mismos y por todos los curas. ¿Qué tenían en común los enchufados? Que eran muy buenos en deportes. Así de simple.

13. “Mon Pere” y “Mamá Maurita”

La adoración que sentían por “Mon Pere” y por “Mamá Maurita” es de locos. En la capilla sólo se pueden leer 2 cosas: la biblia y las cartas de nuestro padre, como si fuera algún código revelado por Dios. Y siempre y en cada charla que te daban los curas te ponían de ejemplo a “Mon Pere”, aunque fueran inventadas.

Lo de “Mamá Maurita” aún es peor porque en Ontaneda, creo que era durante los ejercicios espirituales, te dejaban un mechón de pelo suyo en la barandilla del Amarillo y los apostólicos lo besaban como si fuese las reliquias de un santo.

Por cierto, a nosotros se nos dijo que la madre de “Mon Pere” estaba en proceso de canonización. Pero ¿Se puede saber lo que ha hecho esa mujer para estar en proceso de canonización?

14. Meditación

La meditación de por las mañanas, ya sabéis: rezo al levantarse, primeras oraciones, meditación y después misa. Pues antes de misa teníamos una meditación dirigida que era un lavado de cerebro en toda regla.
Cada día trataba de una cosa distinta y los superiores te contaban alguna “anécdota para hacerlo más llevadero a esas horas de la mañana y sin desayunar. Pero al final, todo se resumía en lo mismo:

Te contaban que Dios al hacerte la llamada te había asignado un número de almas que debías salvar y que tú no conocías ese número. Si no perseveras en la Legión no salvarás a esas almas y por tanto, irás al infierno por no cumplir con la misión de Dios nuestro señor, pero si perseveras y las salvas irás al cielo. Y el cielo y el infierno serán mucho más dulces y mucho más severos respectivamente que los del resto de los mortales porque nosotros somos el ejército de Jesucristo, en quien Él confía para desarrollar Su misión, por eso si le ayudamos seremos recompensados una y mil veces, pero si le fallamos…

Pues teníamos que aguantar esto a diario y a primera hora de la mañana. ¿Os imagináis un lavado de cerebro peor? Os puede parecer que no, pero esto a mí me generaba pesares de conciencia.

lunes, 13 de febrero de 2012

Vale, no todos eran malos

Recuerdo a ciertos padres cuya obsesión no era martirizar a los demás, que pensaban con la cabeza y a los que incluso cogí cierto cariño. Seguro que me olvido de alguno, pero aquí están los más importantes:

- Raúl López Orozco
- Stephen Gormley
- Alfonso Aguilar
- Héctor Peña
- James Farfaglia (Moncada) --> éste en menor medida

Obviamente, ya sabéis quienes me hicieron la vida imposible: el P. Jorge Villalobos, L.C. y el P. Javier Cutanda, L.C.

En Moncada había otro cura especialmente insoportable. El P. Salvador Gómez, L.C. Era un cura con bastante don de gentes, sabía ganarse a la gente y siempre estaba sonriendo (antes fue reclutador -tenía que ser así), pero cuando ese escaparate se cerraba, cuando estabas tú solo frente a él, aparecía quien era de verdad. Es un verdadero Mr. Jeckyl y Mr. Hyde. No he visto nunca a nadie que tenga un comportamiento tan distinto de cara a la gente y después en privado sea completamente lo opuesto. Aparece en mis pesadillas, no digo más.


lunes, 6 de febrero de 2012

LOS CERDOS Y LA SANTA INQUISICIÓN

Esto sucedió en 1985 ó 1986, creo que fue el año anterior a que el P. Villalobos fuera destinado a Moncada.
Durante las comidas, salvo que fuera domingo o primerísima, no se nos permitía hablar. Teníamos que escuchar (aunque mi mente siempre estaba en otro lado) a un apostólico leyéndonos un libro. Yo recuerdo “La Imitación de Cristo” por Tomás de Kempis, aunque en las comidas también solían incluir algún libro de aventuras.
El caso es que alguien se puso a hablar y el P. Carrillo tocó el timbre para llamar nuestra atención y preguntar quién había sido. Nadie levantó la mano. Después de sermonearnos durante unos cuantos minutos, nos castigó a todos sin comer: en ese mismo momento se acababa la comida.
A esas alturas yo me acababa de servir el segundo plato (algo con patatas fritas à todos los días había patatas fritas, salvo los sábados que comíamos bocadillos, uno de los cuales era de tortilla de patata).
¿Os imagináis cuanta comida derrochada? Pero en Ontaneda no se tira nada. Las sobras iban a los cerdos (chones los llamaban o huéspedes).
Exactamente no recuerdo el motivo por el que me encontraba fregando los platos aquel día porque normalmente los fregaba un empleado de nombre Manolo.
Pero el caso es que allí estaba yo, y al ver tanta comida en los barreños que iban a ser comida para los cerdos se me ocurrió decir, “Jo, cómo se van a poner los chones”. En 10 minutos tenía allí al P. Villalobos. Había un apostólico que se había chivado, le había contado al P. Villalobos que yo había dicho que “los padres se ponen como chones”.
El apostólico en cuestión se llamaba José Agüero, de Ávila para más señales. Y no sé si es que me había entendido mal o es que lo había hecho a mala leche, pero el caso es que ahí tenía delante de mía al P. Villalobos (Jorge Villalobos) para martirizarme y lo digo en el sentido más estricto de la palabra.
Vino preguntándome qué había dicho de los padres. Yo le dije que de los padres no había dicho nada. Insistió durante unos minutos y yo, claro, no sabía a qué se refería. Finalmente me dijo que yo había dicho que “los padres se ponen como chones”. Le dije que yo no había dicho eso, sino que lo que había dicho era “Jo, cómo se van a poner los chones”.
Pues como si fuera la santa inquisición, me tuvo ahí hasta que confesara que lo había dicho, insistiendo e insistiendo. Y diciendo que Agüero no mentía (claro era uno de esos enchufados). Pues como no supe salir del lío porque siempre iban a creer a Agüero y viendo que al final me iban a castigar sí o sí, finalmente confesé que sí, que había dicho los de que los padres se ponían como cerdos aunque fuese falso.
Me castigó quedándome en silencio mucho tiempo (no recuerdo si fue un día o dos) y a fregar los platos durante esa semana las veces que lo hiciera Manolo.
Durante mi tiempo de silencio me llamó para decirme que la insinceridad era lo peor que podía hacer un legionario y que algo tan grave constituía motivo de expulsión, pero que esa decisión le correspondía tomarla  al P. Carrillo.
El P. Carrillo no se puso en contacto conmigo, no sé si el P. Villalobos me lo dijo para acojonarme o si el P. Carrillo no le dio más importancia al asunto.
Pues así se las gastaba el P. Jorge Villalobos, L.C.

domingo, 5 de febrero de 2012

Horario de Ontaneda

Os voy a contar la vida en la legión tal y como yo la recuerdo. Hace más de 20 años que ya no estoy en la Legión, pero me acuerdo como si hubiera sido ayer mismo. Las caras de los curas aparecen nítidas en mi memoria, el tiempo pasa, pero la memoria permanece.
La hora de levantarse eran las 6:30 de la mañana. Llegaba un cura y encendía y apagaba las luces del barracón 3 veces. A continuación comenzaba diciendo en voz alta “Cristo Rey nuestro. Cristo Rey nuestro. Cristo Rey nuestro.” A cada “Cristo Rey nuestro” nosotros teníamos que responder con un “Venga tu reino.” Después la oración continuaba así: el cura decía “Te alabamos señor, te bendecimos” y nosotros respondíamos “Toda la Tierra…”
No sé lo que duraba la oración, sólo sé que cuando la misma estaba terminada, todos debíamos estar en fila con los pantalones, calcetines y zapatos puestos y con el torso desnudo, listos para bajar a lavarnos. Por preparados me refiero a que todas las mantas, sábanas y almohadas debían estar en el suelo de modo que los colchones debían estar bien visibles a la vista de todos. Cuando no era así, el cura se encargaba de tirar la ropa de cama al suelo.
Por supuesto, quien llegaba tarde a la fila sería castigado, esto era norma de la casa y yo uno de los típicos apostólicos que comenzaban el día castigados.
Después bajábamos al “Amarillo” que era el lugar donde se encontraban los lavabos. Ahí debíamos lavarnos bien la cabeza y la parte de arriba del cuerpo. Podíamos ir al servicio. Y después nos limpiaríamos los zapatos en el “Negro”. No recuerdo bien el tiempo del que disponíamos para prepararnos, pero debían ser unos 20 minutos. Naturalmente, todo esto en el más absoluto silencio.
A continuación había que subir a la capilla. Allí rezábamos las “Primeras oraciones”. Más tarde había una meditación dirigida y finalmente misa diaria donde todo el mundo sin excepción iba a comulgar.
A las 8 de la mañana (y nos habíamos levantado a las 6.30) bajábamos a desayunar, no sin antes rezar (dar las gracias) delante de la mesa. El desayuno era sencillo: dos tazas de leche y pan. En años posteriores se amplió a dos cucharadas de mermelada y a cacao en polvo, pero eso creo que fue ya sobre 1986. Durante el desayuno no se nos permitía hablar y teníamos que escuchar a algún apostólico mientras nos leía algún libro tipo “La Imitación de Cristo” por Tomás de Kempis. Cuando se terminaba la hora del desayuno, normalmente el rector tocaba el timbre para ponernos de pié y volver a rezar antes de salir a lavarnos la boca e ir directos a las clases.
Evidentemente, que los 3 minutos de que disponíamos para lavarnos la boca debían ser en silencio. A continuación subíamos a las aulas en fila.
Al llegar al aula, cómo no, volvíamos a rezar. Lo mismo ocurría cuando debíamos abandonar el aula para ir al recreo, para ir a comer o simplemente porque esa era la última clase del día.
Los recreos no eran libres. Desde el principio pertenecías a un equipo. Los nombres de los equipos eran muy legionarios: “Alfa y Omega”, “Brasil y Venezuela”, “Everest y Kilimanjaro”, “Calamuco y Verana”, “Cildá y Juncal” (estos 4 últimos se refieren a las montañas que hay en Ontaneda.
Los equipos tenían que ganar puntos bien en el terreno de juego o bien en las clases para, al final de cierto tiempo más bien largo, declarar a un equipo ganador. El equipo ganador era obsequiado con una película normalmente de nazis o de romanos. Al P. Villalobos le gustaban también de Bud Spencer y de Chuck Norris.
Pues bien, en el recreo tenías que competir contra el otro equipo en fútbol, baloncesto o volleyball. No podías elegir, el cura te asignaba qué deporte tenías que realizar ese día. Y si, como a mí en ocasiones, te apetecía charlar con algún compañero en lugar de ir detrás de un balón, el cura te solía castigar a dar 10 vueltas al campo de fútbol.
Después del recreo, subíamos de nuevo a las aulas, rezábamos, tenía lugar la clase y volvíamos -a rezar.
Finalmente bajábamos al Amarillo para peinarnos, ir al servicio, etc., todo en silencio. Después nos poníamos en formación en el Amarillo para rezar el Ángelus. Y una vez terminado nos dirigíamos al comedor para rezar, comer y volver a rezar.
Lo siguiente era recreo, pero no un recreo libre, era un recreo exactamente igual que el anterior, es decir, el cura te mandaba jugar por equipos a fútbol, baloncesto o volleyball.
Después, íbamos a lavarnos al Amarillo,  nos poníamos en fila y subíamos a las aulas. Ya sabéis: rezar-clase-rezar.
Después solía haber una merienda a base de pan con 2 pastillas de sucedáneo de chocolate o piel de cerdo con pan.
Teníamos un Viacrucis durante el cual rezábamos el rosario.
Más tarde, cena (rezo-cena-rezo todo en silencio).
Y finalmente, un pequeño recreo, este sí ya libre en el salón de juegos. Podíamos jugar al futbolín, ping pong o diversos juegos de mesa. Este era mi único momento libre del día.
Después obviamente, de vuelta a la capilla, a rezar. Allí es donde cantábamos gregoriano “Tantum ergo sacramentum” y algunos otros.
Y a las 10.00 todos en la cama no sin antes besar la rodilla de la virgen cuya estatua estaba justo antes de la entrada a los barracones.
Seguro que me he olvidado del algo, pero lo más importante está aquí.