sábado, 18 de febrero de 2012

La leche

No, no es una broma, esto es la leche.
Para variar, esto no ocurrió en Ontaneda, ocurrió en Moncada.
Para quien no lo sepa, el agua de Moncada es muy muy mala, da asco beberla y si a eso le añades el calor que hace… Pues que lo único que te apetece es beber lo que sea siempre que no sea agua.
Resulta que a mí siempre me ha gustado la leche. Creo que fue en 1988 (pudo ser 1987) cuando comenzaron a darnos leche embotellada, antes nos daban leche en polvo (es decir, hecha con agua de Valencia y por tanto, igualmente asquerosa y encima con grumos –la de Ontaneda, por el contrario, era en polvo pero era muy buena). Mi salvación, era el único líquido que no me daba asco. (Los domingos para beber en la comida  nos daban Konga –igual de asquerosa que el agua de Valencia).
Se trataba de hacer cambios. Yo me bebía un vaso más de leche para cenar que los demás compañeros (precandidatos o candidatos) a cambio de, unos días el postre, otros días la merienda, otros días otra cosa. Ya sé que me perdía cosas dulces y buenas, pero cuando necesitas hidratarte, lo necesitas de verdad. Y la leche fresquita, uhmmmm.
Pues la historia es que estábamos en la cena y no sé por qué motivo, se podía hablar, quizá fuera un domingo. En términos legionarios diríamos que nos dieron el “Cristo Rey Nuestro”. Resulta que en esa cena estábamos hablando de por qué me cambiarían sus vasos de leche mis compañeros de mesa.
A tal tiempo se acercaba el P. Salvador (rector por aquellos tiempos) y mi compañero de mesa (no recuerdo quien era) le dijo al P. Salvador que había sido una buena idea  la de la leche embotellada porque yo ya llevaba 3 vasos. Evidentemente, se trata de una tontería que dicho ese chico al P. Salvador, pero el P. Salvador no se le ocurrió otra cosa que castigarme 2 meses sin beber leche. Y todo ello sin preguntar nada. Yo me quedé con cara de tonto y la persona que le hizo ese comentario al P. Salvador más. Me dijo que lo había dicho como una broma y yo le creo, fue así.
Pues ahí tenemos al P. Salvador con sus ejemplares castigos, totalmente injustos. ¿Había dejado yo a alguien sin su leche? No porque se la había cambiado por algo. ¿Era gula? No, eran ganas de hidratarse. Podía tener 1.000 razones, pero el P. Salvador no quiso escuchar ninguna, ya estaba castigado. No hace falta decir que su castigo sólo lo cumplí durante la cena porque manda huevos.
Ahora me tengo que ir, pero en otra ocasión os contaré otro castigo del P. Salvador, esta vez relacionado con los platos.

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