lunes, 20 de febrero de 2012

INCOMUNICADO

Había  dos castigos principales con los que nos amenazaban los curas: el silencio y la incomunicación.

Te podía castigar a guardar silencio cualquier cura, pero la incomunicación sólo te la podía imponer el rector.

1. Silencio

Silencio significa que no puedes hablar, lo cual, en un ambiente en el que siempre tienes que estar en silencio es bastante molesto. Es decir, puedes hablar en la preparación (período de tiempo de que dispones para peinarte, ir al servicio) una vez que has terminado de prepararte. También durante las comidas si es domingo o primerísima. También en el pequeño recreo que había por la noche. Poco más. Y si te quitan eso…

2. Incomunicación

Estar incomunicado supone estar en silencio, es decir, igualito que lo visto en el punto 1, pero significa mucho más.
Incomunicarse básicamente significa que no te puedes comunicar con nadie y por tanto:

-         Durante los recreos no puedes jugar a fútbol, basket, o lo que te toque porque de una u otra forma te vas a comunicar, así que te toca fregar.

-         Imagínate que tienes un examen: pues responder al examen supondría comunicar tus conocimientos al profesor. Por tanto, suspendes el examen y en lugar de hacer el examen te toca fregar.

-         Imagínate que estás incomunicado un domingo y que vienen precisamente tus padres a visitarte ese domingo. Pues como estás incomunicado no puedes verles. Y todo eso con independencia del lugar de donde vengan tus padres. Por ejemplo, si tus padres han tenido que viajar  8 horas para ver a su hijo y lo están pasando mal económicamente, a los curas no les importa.

No me acuerdo qué más cosas pasaban cuando estás incomunicado, pero lo que he apuntado me parece algo inadmisible y muy de sectas.

6 comentarios:

  1. Parece el Guantánamo español. ¿No os mandaban ir con monos naranjas?

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    1. Monos naranjas no, pero sí jersey granate. En algo se parecen ¿no?.
      Gracias por tu comentario.

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  2. La incomunicación implicaba silencio absoluto (diferenciaban entre silencio absoluto y relativo). Esto quería decir que no podías hablar absolutamente con nadie salvo con el rector y si sólo si éste te lo permitía. No podías comunicarte ni de forma hablada ni escrita ni nada de nada. No podías participar en actos comunitarios (tales como deportes, paseos etc, aunque sí en misa, rosario y demás oraciones pero sin ocupar tu puesto sino separado). Además, al menos en mi caso, mientras los demás jugaban a mí me tocaba fregar los platos de todos los alumnos y curas del colegio (por aquel entonces unos 115 aproximadamente, a tres platos y un vaso por barba… un montón de horas fregando platos. También habia que secarlos y lo mismo con los cubiertos. Al acabar de fregar me tocaba ir a la lavandería para lavar la ropa de toda la comunidad… fue bastante duro, pero lo más increíble de todo fue que me incomunicaron por algo que no había hecho y, cuando por fin el rector (P. Morelos) me interrogó se dio cuenta de que yo era inocente, pero, para que su autoridad no se viera en entredicho, me hizo terminar el castigo (llevaba una semana y me quedaba otra aún) aunque, eso sí, cuando podía me llevaba con él a Santander o a los pueblos de alrededor a hacer los recados, compras, visitas a enfermos o bienhechores y demás a fin de compensarme un poco por el injusto y desmedido castigo)

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    1. Exacto Nicky, lo describes muy bien, y no es que fuera duro, era durísimo.

      Y lo de que tu castigo fuera injusto estoy segurísimo de que así fue porque es que a los curas se les iba la pinza.

      Yo sólo estuve incomunicado en dos ocasiones y fue por chorradas. Fíjate si fueron chorradas que ni me acuerdo el motivo de mis incomunicaciones. En la primera, al P. Carrillo se le fue la mano porque nos dejó incomunicados como a 5, 6 ó 7 personas a la vez, no lo recuerdo, y seguro que fue porque se enfadó mucho por algo, pero que fue una chorrada.

      Pero cómo me acuerdo de lo de fregar, fregar y fregar, éramos sus criados. Y lo malo es que cuando parecía que ya acababas, siempre había más y más faena, era insoportable y un castigo que, cómo calificarlo... inhumano. Y luego van los curas haiéndose los buenos, jajá, qué risa.

      Y lo peor de todo es tu caso, tener que soportar ese castigo innhumano sabiendo que es injusto, y para rematarlo, que el P. Morelos se dé cuenta de que tú eras inocente, pero a él le dé igual, el caso es salvar la cara. Eso es muy de los legionarios, las apariencias, el qué dirán.

      Mis incomunicacioes fueron de una semana cada una y se hacían eternas, a tí encima te incomunicaron dos.

      Me imagino cuando ibas a Santander o a esos otros sitios, los dos ahí en el coche... debía sentirse tensión en el aire :)

      Lo que decía en otro post: se sufre tanto, que es como en la mili, los amigos que se hacen allí son inolvidables.

      Un abrazo.

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  3. Buenas tardes:

    Sobre los castigos a mi me tocó la Era del Rector P. Carrillo. La verdad que tenían inventiva para los mismos. Barrer las escaleras de abajo a arriba, si te dormías en la meditación te obligaban a ponerte en pie, diez flexiones por cualquier cosa o más, vueltas al "campo" (aún recuerdo los ladrillos incrustados que estaban cerca del centro) de fútbol...
    Lo mejor de todo era cuando cometías algo nuevo que nunca antes había sido castigado. Viví en mis propias carnes un par de ellos:

    1. Recuerdo que el P. Gustavo me avisó una vez que la próxima vez que me sacara el zapato andaría descalzo. Allí estaba yo en la hora de la merienda apoyado en las escaleras que subían a la terraza donde se practicaba badminton. El caso que estaba hablando con otro compañero y tenía medio zapato fuera... desconozco quién fue el que le dio una patada al zapato para quitármelo al intentar recuperarlo ya estaba en posesión del P. Gustavo, menudo complot para un triste zapato. A lo que vamos, me dijo: ahora andarás descalzo como Jesucristo. Tras una regañina me dijo que tenía dos opciones andar descalzo un día o con chanclas tres (elegí la segunda opción y la cumplí) Creo recordar un tal David de Valladolid en solidaridad mía o por gustarle la idea realizo lo propio al día siguiente y también se calzó las chanclas.

    2. Otra vez, me castigaron por pisar las maderas de las escaleras que bajaban al amarillo (justo las de encima del nido de ratas llamado "patatero" por cierto algún refresco de litro nos ganamos por capturar alguna, los que más conseguían eran los "choneros" ya que eso era otro nido de ratas). El castigo esta vez también fue compartido ya que Jorge creo que era también de Valladolid y el P. Carrillo estaban observando desde el segundo piso quien lo pisaba. El caso que yo baje a toda leche y saltándome la formación para avisar al P. Gustavo de algo y por supuesto el único camino libre eran las maderas... así que después de rezar y cuando todos se fueron a dormir allí estuvimos Jorge y yo subiendo 100 veces por el sintasol. Luego nos obligaron a bañarnos los sobacos y torso (lavado de Ontaneda) y a dormir.

    Creo recordar un tercer castigo "Las Multas": como bien has comentado si rompías algo sin querer lo pagabas y si era jugando por dos... aún recuerdo decirle al P. Carrillo que tras arreglar un cristal de una ventana al clavar una punta se había rajado... Bendita costumbre de hacer las cosas como mínimo de dos en dos para que uno se chivara del otro.

    Lo más fuerte que recuerdo creo que fue el mismo año que entré. Un compañero había tocado una tira que se ponía en el comedor para atrapar moscas y se la hicieron pagar. El caso que empezó un rifirafe y el chaval al final lo expulsaron ya que había contradecido al "Padre" y encima delante de todos... creo que empezó en plan: Fulano 200 pesetas de multa, creo que le respondió y dijo 500 y el chaval dijo si quieres me pones 1000 y allí se terminó su estancia en el Gran Hotel Balneario Ontaneda.

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  4. Yo estuve en Ontaneda en el año 78-79, y no variaban mucho los castigos. Por aquel entonces, el Rector era el Padre Morelos, y el Padre Carrillo era un Educador, junto con el H. Moreno, H. Salvador y H. Francisco. Yo estuve una vez incomunicado durante 7 días, por que al Rector se le ocurrió la gran idea que yo me reí cuando él hablaba. Me mandaban toda clase de labores, y un día, el 5 día, repartiendo la colada en los números de cada uno, apareció el Rector con su perro Atila, y me levantó el castigo. Había muchos más, como la silla eléctrica, limpiar los baños que algunos eran de cagar a pulso...en fin.

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