En el seminario
todo se hacía en comunidad. Desde que te levantabas hasta que te acostabas todo
se hacía en comunidad –y cuando te acostabas, también porque, os recuerdo que
dormíamos en barracones.
TODO: levantarse,
asearse, rezar, comer, jugar, estudiar, dormir… TODO. Le reto a alguien a que
me diga una actividad que no hiciéramos en comunidad. Realmente sería muy
difícil de encontrar.
Todo esto resulta
bastante cansino, por no decir otra cosa.
La siguiente
pregunta sería: Pero habría cosas que no haríais en comunidad ¿no? ¿Qué pasa si
uno tiene que ir al médico? O ¿Qué pasa si te acaba la pasta de dientes o el
betún? ¿También íbais todos a comprar juntos? O ¿Qué pasa si te has dejado algo
en las maletas del dormitorio y lo necesitas ahora?
Bueno, pues vamos
por partes:
-
Médico
Si
tenías que ir al médico obviamente no iba a ir contigo la comunidad, sin embargo,
tenías que ir acompañado de un
apostólico elegido por los curas. Y si tenías que ir a Valdecillas (Santander), el viaje
tanto de ida como de vuelta se lo pagabas tú a tu acompañante. No veais qué gracia.
- Pasta de dientes, betún, bolígrafos…
No
hacía falta que toda la comunidad fuera a comprarlas fuera del seminario. Los
propios curas nos vendían esas cosas. Y claro, eso se hacía en comunidad.
Hacíamos una fila y … a comprar.
-
Coger
algo que te has dejado en el dormitorio
Evidentemente,
aquí podías pedir permiso y te lo podían dar (o no). En mi caso, se me había
descosido la camiseta de deportes y necesitaba hilo y aguja, pero yo los había
guardado en el dormitorio. Claro, como no íbamos al dormitorio hasta por la
noche, pedí permiso para subir 3 minutos al dormitorio. Pues permiso denegado. Me
dijeron que cuando subiera por la noche lo cogiera y lo bajara al día
siguiente.
-
¿Y
si los curas te mandan a hacer un recado al pueblo?
Pues
en ese caso, tranquilo, que el encargo es para 2: para ti y para otro
apostólico. En todo el tiempo que estuve en Ontaneda sólo me mandaron una vez al pueblo y fue a la panaderñía a comprar sal para añadir a la cal que iban a utilizar para pintar la piscina.
En fin, las
situaciones son innumerables, y todas con algo en común: nunca te dejaban sólo,
no fuera a ser que cayeras en la tentación.
2.- Fuera de la Legión
Al salir de la
Legión me matriculé en un instituto de bachillerato que estaba a las afueras de
la ciudad (por cierto que eso fue gracias (?) a la Legión, aunque sobre eso
quizá haga otro post.)
Dado que el centro
estaba lejos no sólo de mi casa sino de las casas de todo el mundo, el colegio
puso un autobús para que acercara a los alumnos al colegio y a la salida los
acercara a sus casas.
Pues en esas
estaba yo metido otra vez, en una disciplina autoimpuesta, como cordero que va
al matadero. De casa al cole y del cole a casa, con los horarios, los ritmos y
todo lo demás establecido por alguien que no era yo. Creo que estaba tan
acostumbrado a hacer lo que se esperaba de mí que ni lo pensé.
Un día, después
de clase me quedé para hacerle una pregunta al profesor. Pensé que su
respuesta sería rápida, pero me puso
ejemplos en la pizarra, la explicación se alargó y perdí el autobús.
Así que pensé (un automatismo legionario) que
tenía que ir corriendo a casa para llegar a la hora a la que se suponía que
debía llegar a casa. Pero me cansé más pronto de lo que esperaba y el hueso de
debajo de la rodilla me comenzó a doler (¿la espinilla?) así que me senté en un
banco a descansar.
Y estaba yo ahí
sentado cuando lo sentí por primera vez en mucho tiempo. Era el sentimiento de
libertad.
Me había cansado
y me había sentado en un banco. Al poco tiempo ya sentía que algo iba mal, mi
mente esperaba a un cura que me echara la bronca por no estar haciendo lo que
tenía que hacer. Pero tal cura no aparecía. Comencé a sentirlo.
Volví a caminar en dirección a mi casa y me encontré con
el seminario menor de mi ciudad. Nunca antes lo había visto y se me ocurrió echar
un vistazo a su alrededor. Eso era lo que yo quería hacer, pero al mismo tiempo
había algo en mi interior que me decía que no podía estar ahí perdiendo el
tiempo, que tenía que estar ya en casa. Pero mi curiosidad pudo más. Y yo
sentía la libertad.
Llegué a casa con
casi una hora de retraso. Mi madre sólo me dijo que se me había enfriado la
comida porque pensó que me habría quedado hablando con alguien de clase. Nada
de broncas, nada de explicaciones tontas, nada de permisos estúpidos. En aquel
momento sentí la libertad, sentí que era libre, sentí que por fin, no
controlaban mi vida hasta el más pequeño detalle, sentí no iba a haber nadie
para tocarme las narices en las situaciones más pequeñas que me podía imaginar.
Me sentí dueño de mí mismo.
Estas reflexiones
quizá le parezcan una gran chorrada a mucha gente. Pero para mí fue mucho, creedme
si os digo que para mí fue un momento clave. Preguntadle a un preso qué
sentiría si le dejaran dar un paseo fuera de la prisión, sin guardias, sin preocupaciones…
y sí, yo venía de una prisión, venía de un colegio interno de la Legión donde la la disciplina era muy dura y la vigilancia constante. Y por si eso fuera poco sólo disfrutábamos de 3 días de vacaciones en navidad y de 2 semanas en verano. ¿Cárcel? Es lo más parecido que se me ocurre.
Y es que es muy
distinto saber intelectualmente que eres libre, que no iba a haber ningún cura detrás
de ti para tocarte las narices, y sentirlo e interiorizarlo por primera vez, cuando
realmente te das cuenta de que eres libre. Y que toda esa basura que te han
metido durante años no es más que basura.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCómo te entiendo... "Uno nunca, dos jamás, tres siempre". Y lo de la vuelta, yo entré en el 81 en Ontaneda, en el 86 me largaron de Salamanca. Volví a mi tierra, Segovia, y cuando salí el primer día a la calle, yo vivía en la Plaza Mayor, era como si hubieran soltado un corzo en el Paseo de la Castellana. No entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor, no sabía qué sucedía en mi ciudad ni en España. Mi mejor amigo, que se marchó conmigo a Ontaneda, estuvo 9 años, le mandaron a casa porque no salía rentable, le operaron una rodilla y salió carísimo. Como tenían que operarle la otra, y la misión apostólica no está para gastos, le informaron de que "el señor" había decidido que aquella no era su vocación y tenía que marcharse a su casa y buscar su otro camino, imagino que sin baches ni cuestas. Hoy estará agradecido de haberse operado "por lo civil" y de tener una familia maravillosa, igual que yo. En aquella época, después de 9 años, estaba más perdido que una liebre en una carrera de galgos.
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