martes, 19 de junio de 2012

LIBERTAD

1.- La fastidiosa vida en comunidad

En el seminario todo se hacía en comunidad. Desde que te levantabas hasta que te acostabas todo se hacía en comunidad –y cuando te acostabas, también porque, os recuerdo que dormíamos en barracones.
TODO: levantarse, asearse, rezar, comer, jugar, estudiar, dormir… TODO. Le reto a alguien a que me diga una actividad que no hiciéramos en comunidad. Realmente sería muy difícil de encontrar.

Todo esto resulta bastante cansino, por no decir otra cosa.
La siguiente pregunta sería: Pero habría cosas que no haríais en comunidad ¿no? ¿Qué pasa si uno tiene que ir al médico? O ¿Qué pasa si te acaba la pasta de dientes o el betún? ¿También íbais todos a comprar juntos? O ¿Qué pasa si te has dejado algo en las maletas del dormitorio y lo necesitas ahora?

Bueno, pues vamos por partes:

-        Médico

Si tenías que ir al médico obviamente no iba a ir contigo la comunidad, sin embargo, tenías que ir acompañado de  un apostólico elegido por los curas. Y si tenías que ir a Valdecillas (Santander), el viaje tanto de ida como de vuelta se lo pagabas tú a tu acompañante. No veais qué gracia.

       -        Pasta de dientes, betún, bolígrafos…

No hacía falta que toda la comunidad fuera a comprarlas fuera del seminario. Los propios curas nos vendían esas cosas. Y claro, eso se hacía en comunidad. Hacíamos una fila y … a comprar.

-        Coger algo que te has dejado en el dormitorio

Evidentemente, aquí podías pedir permiso y te lo podían dar (o no). En mi caso, se me había descosido la camiseta de deportes y necesitaba hilo y aguja, pero yo los había guardado en el dormitorio. Claro, como no íbamos al dormitorio hasta por la noche, pedí permiso para subir 3 minutos al dormitorio. Pues permiso denegado. Me dijeron que cuando subiera por la noche lo cogiera y lo bajara al día siguiente.

-        ¿Y si los curas te mandan a hacer un recado al pueblo?

Pues en ese caso, tranquilo, que el encargo es para 2: para ti y para otro apostólico. En todo el tiempo que estuve en Ontaneda sólo me mandaron una vez al pueblo y fue a la panaderñía a comprar sal para añadir a la cal que iban a utilizar para pintar la piscina.
En fin, las situaciones son innumerables, y todas con algo en común: nunca te dejaban sólo, no fuera a ser que cayeras en la tentación.

2.- Fuera de la Legión
Al salir de la Legión me matriculé en un instituto de bachillerato que estaba a las afueras de la ciudad (por cierto que eso fue gracias (?) a la Legión, aunque sobre eso quizá haga otro post.)

Dado que el centro estaba lejos no sólo de mi casa sino de las casas de todo el mundo, el colegio puso un autobús para que acercara a los alumnos al colegio y a la salida los acercara a sus casas.
Pues en esas estaba yo metido otra vez, en una disciplina autoimpuesta, como cordero que va al matadero. De casa al cole y del cole a casa, con los horarios, los ritmos y todo lo demás establecido por alguien que no era yo. Creo que estaba tan acostumbrado a hacer lo que se esperaba de mí que ni lo pensé.

Un día, después de clase me quedé para hacerle una pregunta al profesor. Pensé que su respuesta sería rápida, pero me puso ejemplos en la pizarra, la explicación se alargó y perdí el autobús.
Así que pensé (un automatismo legionario) que tenía que ir corriendo a casa para llegar a la hora a la que se suponía que debía llegar a casa. Pero me cansé más pronto de lo que esperaba y el hueso de debajo de la rodilla me comenzó a doler (¿la espinilla?) así que me senté en un banco a descansar.

Y estaba yo ahí sentado cuando lo sentí por primera vez en mucho tiempo. Era el sentimiento de libertad.
Me había cansado y me había sentado en un banco. Al poco tiempo ya sentía que algo iba mal, mi mente esperaba a un cura que me echara la bronca por no estar haciendo lo que tenía que hacer. Pero tal cura no aparecía. Comencé a sentirlo.

Volví  a caminar en dirección a mi casa y me encontré con el seminario menor de mi ciudad. Nunca antes lo había visto y se me ocurrió echar un vistazo a su alrededor. Eso era lo que yo quería hacer, pero al mismo tiempo había algo en mi interior que me decía que no podía estar ahí perdiendo el tiempo, que tenía que estar ya en casa. Pero mi curiosidad pudo más. Y yo sentía la libertad.
Llegué a casa con casi una hora de retraso. Mi madre sólo me dijo que se me había enfriado la comida porque pensó que me habría quedado hablando con alguien de clase. Nada de broncas, nada de explicaciones tontas, nada de permisos estúpidos. En aquel momento sentí la libertad, sentí que era libre, sentí que por fin, no controlaban mi vida hasta el más pequeño detalle, sentí no iba a haber nadie para tocarme las narices en las situaciones más pequeñas que me podía imaginar. Me sentí dueño de mí mismo.

Estas reflexiones quizá le parezcan una gran chorrada a mucha gente. Pero para mí fue mucho, creedme si os digo que para mí fue un momento clave. Preguntadle a un preso qué sentiría si le dejaran dar un paseo fuera de la prisión, sin guardias, sin preocupaciones… y sí, yo venía de una prisión, venía de un colegio interno de la Legión donde la la disciplina era muy dura y la vigilancia constante. Y por si eso fuera poco sólo disfrutábamos de 3 días de vacaciones en navidad y de 2 semanas en verano. ¿Cárcel? Es lo más parecido que se me ocurre.
Y es que es muy distinto saber intelectualmente que eres libre, que no iba a haber ningún cura detrás de ti para tocarte las narices, y sentirlo e interiorizarlo por primera vez, cuando realmente te das cuenta de que eres libre. Y que toda esa basura que te han metido durante años no es más que basura.

2 comentarios:

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  2. Cómo te entiendo... "Uno nunca, dos jamás, tres siempre". Y lo de la vuelta, yo entré en el 81 en Ontaneda, en el 86 me largaron de Salamanca. Volví a mi tierra, Segovia, y cuando salí el primer día a la calle, yo vivía en la Plaza Mayor, era como si hubieran soltado un corzo en el Paseo de la Castellana. No entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor, no sabía qué sucedía en mi ciudad ni en España. Mi mejor amigo, que se marchó conmigo a Ontaneda, estuvo 9 años, le mandaron a casa porque no salía rentable, le operaron una rodilla y salió carísimo. Como tenían que operarle la otra, y la misión apostólica no está para gastos, le informaron de que "el señor" había decidido que aquella no era su vocación y tenía que marcharse a su casa y buscar su otro camino, imagino que sin baches ni cuestas. Hoy estará agradecido de haberse operado "por lo civil" y de tener una familia maravillosa, igual que yo. En aquella época, después de 9 años, estaba más perdido que una liebre en una carrera de galgos.

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